¡Cuidado con Irán!
- sebastiancote-pabo
- 23 jun 2022
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 23 jun 2022
Hace pocos días concluyó el más amplio ejercicio militar llevado a cabo por las FFAA israelíes en décadas. En este ejercicio (denominado “Carrozas de Fuego”) se simuló un ataque a las instalaciones nucleares iraníes y se preparó una defensa multi frontal ante una posible retaliación, puesto que Irán está en la capacidad de activar como respuesta una serie nada despreciable de dispositivos de guerra contra Israel.
Como en 2010, Tel-Aviv está hoy de nuevo tomando en consideración la alternativa militar para frenar el proyecto nuclear iraní que representa una amenaza existencial para el Estado de Israel. Esto lo vemos en el presupuesto de su Fuerza Aérea, en los planes detallados de inteligencia, en la selección de munición y en la inversión en plataformas aéreas y de reabastecimiento. En palabras del ministro de Defensa israelí, Benny Gantz, Irán está a pocas semanas de adquirir material fisible para elaborar una bomba nuclear. Efectivamente, luego del retiro de EEUU del Acuerdo Nuclear de 2015 (JCPOA), Irán logró enriquecer alrededor de 8 mil libras de uranio al 60%, cantidad solo un poco más baja que el nivel requerido para fabricar una bomba atómica. La situación es ciertamente apremiante para Israel. No obstante, es necesario preguntarse si un bombardeo a la infraestructura nuclear iraní podría traducirse en un golpe estratégico contra Teherán. La respuesta es un NO categórico.
Para un ataque exitoso se requiere, además de mucha suerte, ingentes esfuerzos logísticos que ponen en duda la capacidad operacional israelí: la inteligencia tiene que ser perfecta, el tiempo despejado y la puntería muy precisa. Israel deberá bloquear todos los sistemas de alarma y suprimir todas las defensas aéreas, asumiendo que sepa dónde están. En comparación con los aviones estadounidenses, que pueden transportar hasta 25 mil libras de bombas, los jets israelíes apenas pueden llevar una carga de 3 mil libras; por esa razón, los blancos tendrían que ser atacados una y otra vez para ser significativamente dañados, en medio de un intenso recibimiento de fuego propinado por las baterías antiaéreas y por los misiles tierra-aire Tor que protegen los complejos nucleares. En resumen, son pocas las probabilidades de éxito.
A pesar de que algunas de las instalaciones iraníes son subterráneas, con sucesivas oleadas de ataques la Fuerza Aérea israelí podría, por ejemplo, destruir la central de Natanz (ubicada 10 m bajo tierra). Sin embargo, Israel no tiene aún bombas “revienta búnkeres” lo suficientemente poderosas como para infligir daños significativos en el complejo de Fordo que está construido 76 m bajo tierra en la ladera de una montaña. Algunos expertos afirman que, si bien Fordo es impermeable a cualquier arma que Israel posea hasta ahora, las entradas de esta instalación se pueden sellar para cortar toda la ventilación de la montaña. En todo caso, así Israel logre golpear seriamente todos los complejos nucleares, el éxito de la operación sería puramente táctico y no estratégico, pues solo se conseguiría retrasar un par de años el proyecto atómico iraní. Al cabo de dos años, Irán podría reconstruir su infraestructura y enriquecer uranio a un alto porcentaje, ya que el país cuenta con minas de uranio y por lo tanto tiene un acceso ilimitado a este recurso.

Ante las dificultades que supone una operación militar contra las instalaciones nucleares de Irán y la poca utilidad estratégica de dicho ataque, algunos analistas han planteado otras maneras de forzar a Irán para que cambie de dirección y abandone su proyecto atómico: bloquear el Estrecho de Ormuz, bombardear varios blancos en la costa iraní (como el puerto de Bandar Abbas) y bombardear sus campos petroleros (que no cuentan con protección de misiles tierra-aire). Pero, debemos preguntarnos de nuevo si estas acciones van a desmoralizar tanto a Irán como para que cambie de rumbo. La respuesta es, otra vez, un NO rotundo.
La historia nos ha mostrado que la determinación del pueblo persa es inquebrantable[1]. Con pocas armas y sin mando, Irán fue capaz de resistir con las uñas el embate de Irak en los años 80, al punto de que la guerra iniciada por Saddam Hussein finaliza ocho años después dentro de territorio iraquí. Para esto fue instrumental el Basij (milicia auxiliar del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica) cuyos miembros (muchos de ellos niños de apenas 12 años que Jomeini sacó de los colegios y envió al frente de batalla), despreciando su propia vida, avanzaban en oleadas humanas a través de campos minados que limpiaban con sus propios pies, allanando el camino al Cuerpo de Guardianes (Pasdaran). ¿Quién hubiera imaginado que en ese contexto los iraníes pudiesen abrir un nuevo frente bélico? De la debilidad surgió la fuerza e Irán logró fundar la milicia de Hezbollah en el Líbano para oponerse a la invasión israelí, en lo que ha sido quizás el mayor éxito en política exterior de toda la historia de la Revolución Islámica.

Cuando en 2010, Irán descubre que la central de Natanz es presa de un ciberataque (mediante un malware que altera la velocidad de las centrifugadoras), la respuesta es contundente: Irán funda su propio Silicon Valley (Pardis), recluta hackers en masa para fundar el segundo ejército cibernético más nutrido del planeta y empieza a lanzar ciberataques contra Arabia Saudita, EEUU e Israel. Primero ataca Saudi Aramco (la compañía de petróleo más grande del mundo) y borra cada pieza de software, cada línea de código de 30 mil de las computadoras de esa empresa; después ejecuta una oleada de ataques a los bancos estadounidenses y en 2020 estuvo muy cerca de elevar los niveles de cloro del agua en Israel para que fuese impotable. Incluso, hace pocos días, se cree que hackers iraníes activaron durante una hora el sistema de alarma de Israel (que suena cada vez que Hamas dispara cohetes desde la Franja de Gaza) en las ciudades de Eilat y Jerusalén.
Las sanciones impuestas sobre Irán, que datan de 1979 y que ciertamente han lesionado su economía, no han detenido, sino que por el contrario han impulsado el crecimiento de la hegemonía iraní en Medio Oriente. Con una economía colapsada, pero al mismo tiempo con determinación, paciencia y visión estratégica a largo plazo, Irán ha conseguido armar un auténtico cinturón de fuego en torno a Israel afianzando su presencia en el Líbano, Siria, Irak, Yemen y Gaza. Por esta razón discrepo de la opinión de muchos analistas cuando concluyen que ni los halcones iraníes buscan un enfrentamiento directo. Todo parece indicar que eso es lo que el régimen de Khamenei ha querido mostrar, pero lo que se traen entre manos es muy distinto. Es en realidad Israel el actor que debe evitar a toda costa una guerra frontal.

Irán no solo posee herramientas idóneas para las guerras asimétricas, también para las convencionales. Algo de esto sabrán los militares estadounidenses que en 2002 invirtieron 250 millones de dólares en un juego de guerra (al que bautizaron “Millenium Challenge”) en el que se simuló una guerra entre EEUU e Irán, con un resultado nada favorable para el ejército norteamericano. Por otra parte, con su intervención en Siria, Hezbollah logró aumentar considerablemente su margen de maniobra (o, en otras palabras, consiguió ampliar la frontera fáctica entre Irán e Israel desde el Líbano hacia Siria) y ahora busca una confrontación directa con su vecino del sur. No podemos olvidar además que Hezbollah ya le ha ganado dos guerras a Israel (2000 y 2006). Por todo esto, ante un eventual ataque israelí, Irán tendría la excusa perfecta para desatar el fuego que ha acumulado durante tantos años.

Una guerra directa y prolongada contra Irán sería insostenible para Israel. Hoy el Basij cuenta potencialmente hasta con un millón de almas dispuestas a sacrificarse igual que en los años 80 como mártires y carne de cañón. Los periódicos israelíes publicarían cada día sus propias bajas y el público perdería la paciencia al punto de presionar para exigir un final rápido de la contienda. En cambio, Irán tiene paciencia de sobra: luego de ocho años de lucha contra Irak y medio millón de muertos, el público iraní todavía creía con firmeza que la victoria era posible. Atacar hoy a Irán sería descabellado. EEUU no tiene a Medio Oriente dentro de sus prioridades (su atención está focalizada en Rusia y China) ni quiere verse arrastrado a otra guerra en la

región. Israel está solo. Además, todas las personas que hoy protestan masivamente en las calles iraníes contra el régimen teocrático, al verse atacadas, respaldarían con el mismo entusiasmo a su Líder Supremo, tal y como ocurrió en 1980 cuando fueron agredidos por Irak.
El mejor curso de acción para Israel es ser paciente (tanto como Irán), esperar que Occidente rescate el JCPOA (o que se invente un acuerdo similar) para poder seguir comprando tiempo y mientras tanto ir estableciendo alianzas aún más sólidas y estratégicas con Azerbaiyán, los Estados del Golfo y con el mundo sunnita, todos estos actores que comparten con Israel, el mismo miedo hacia Irán.
[1] El chiismo, cuya esencia es el victimismo, ha dotado en gran medida al pueblo iraní de un espíritu indestructible. Los chiitas históricamente se han sentido víctimas, pero, curiosamente, ha sido desde ese victimismo y desde el saberse débiles, que han sabido cobrar fuerza. Sentirse víctimas les hace pensar además que son moralmente superiores a sus adversarios y que tienen derecho ilimitado al resentimiento y a la venganza. Por lo tanto, es legítimo abrir nuevos frentes de combate para causar en otros el dolor que les han causado a ellos, lo que se traduce no en defensa personal, sino en puro revanchismo. Este talante victimista, al igual que la proverbial paciencia cultural persa, no se pueden pesar ni medir, ni cuantificar científicamente, sin embargo, son variables que no deben ser apartadas del análisis porque son elementos significativos en una contienda, más allá de la potencia militar y del músculo económico.
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