Cónclave: la película y su simbolismo
- sebastiancote-pabo
- 9 may
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Cuando fui a ver Cónclave hace poco más de un mes, jamás sospeché la perplejidad con la que acabaría saliendo del cine. Es evidente que la película está plagada de un simbolismo gnóstico, pero ¿cuál es su propósito? ¿Se emplea este simbolismo para ennoblecer o para socavar a la Iglesia? ¿Es esta obra si quiera un intento de crítica o de elogio al clero? Todas estas preguntas me asaltaban camino a casa al punto de que decidí, no solamente ver de nuevo la cinta, sino también leer el libro de Robert Harris en el que ésta se basaba.
He mencionado el simbolismo gnóstico, pero, en primer lugar, ¿qué es el gnosticismo? Según Teódoto, heresiarca del siglo II, gnóstico es alguien que ha entendido quiénes somos y qué hemos sido, dónde estamos, adónde vamos, de dónde nos hemos tenido que perder, qué significa nacimiento y qué renacimiento. Muy brevemente, la gnosis puede definirse como el conocimiento de lo que es realmente verdadero, es decir, el conocimiento del arquetipo. Los arquetipos, parafraseando a Carl Jung, se encuentran en el inconsciente colectivo y se manifiestan precisamente a través del lenguaje de este inconsciente que son los símbolos universales. La mitología se constituye como un grupo de símbolos, de manera que un mito no es ciertamente una verdad histórica, pero sí es una Verdad de la psiquis humana.
En Herreros y alquimistas, Mircea Eliade sostiene que “un cuento no se dirige a la consciencia despierta; su dominio se ejerce sobre las zonas profundas de la psiquis, estimulando y alimentando la imaginación. Las imágenes suscitadas por los cuentos actúan directamente sobre la psiquis del auditorio, incluso cuando éste no se da cuenta conscientemente de la significación primigenia de uno u otro símbolo”. Toda historia mitológica está dentro de todas las personas pues nuestra psiquis no es más que un reflejo de los arquetipos. Señala Jaime Buhigas que una historia como el Mago de Oz o muchos otros cuentos (para niños y adultos), pueden explicar todas las religiones. De ahí que un discípulo de Eliade, Ioan Culianu, hablase de un “código genético” común a todos los credos. En efecto, siempre y en todas partes observamos la misma mitología, idénticos relatos repetidos una y otra vez, con sus caras y colores en función de una estética local, pero a fin de cuentas los mismos. Abundan así por el orbe los Adanes y las Evas, las Trinidades, los Diluvios, la pasión, muerte y resurrección de un dios, etcétera.
En el caso de la historia de Cónclave, la imagen arquetípica principal que se muestra es la del hermafrodita inmortal, símbolo universal, por supuesto, de la unión de los principios femenino (recibir) y masculino (dar); es en términos alquímicos la unión del mercurio y del azufre[1], la transformación de nosotros mismos en oro para obtener la inmortalidad; es la unión de Hermes y Afrodita en la religión griega; es el yin-yang, Purusha y Prakriti, el caduceo de Mercurio, las llaves de San Pedro. Es la unión de los opuestos, coincidentia oppositorum, unión de consciente e inconsciente (que inicia con la comprensión del significado del símbolo), superación de toda dualidad. De este modo, no sorprende encontrar figuras hermafroditas o andróginas (en este contexto los dos términos son sinónimos) por doquier: en el budismo (Avalokiteshvara, masculino y Kwan Yin, femenino, forman al Boddhisatva), en el hinduismo (Manú, primer rey de la India; el arete derecho de Shiva es de hombre, el izquierdo es de mujer), en las prácticas chamánicas de muchas latitudes. Para los cabalistas medievales y los gnósticos cristianos, tanto Adán como el Verbo Encarnado son andróginos. E incluso, siendo el microcosmos un reflejo del macrocosmos, hallamos también una pareja de contrarios en la teoría de cuerdas. Según Michio Kaku, al calcular las correcciones cuánticas de la teoría de cuerdas, hay dos aportaciones independientes: las que proceden de los fermiones y las de los bosones. Milagrosamente, miden lo mismo, pero ocurren con signo opuesto. Un término puede tener un signo positivo, pero hay otro que es negativo. Cuando se suman, se anulan entre sí. Así, los bosones constituyen una fuerza masculina y los fermiones una femenina.
Contrario a la película, en el libro de Harris no aparece ningún símbolo: no hay tortugas[2], ni andrógino; se hace una referencia al ajedrez, pero no en un sentido esotérico; el discurso final del cardenal Vincent Benítez no contiene un mensaje tan heterodoxo. Es como si los productores de la cinta hubiesen transformado el libro en una obra gnóstica.
El impostor
La película se esfuerza en retratar al cardenal Benítez en calidad de impostor y busca deliberadamente que la elección de un personaje tan desconocido sea vista como un hecho completamente inverosímil.[3] Si bien el libro describe la llegada de Benítez a Roma en términos de un evento inesperado, su figura es bastante popular entre los cardenales asiáticos y africanos que están al tanto de la labor del filipino (no mexicano, a diferencia de la versión cinematográfica). Harris no presenta entonces a Benítez en el papel de impostor y su coronación final obedece a un proceso bastante creíble.
La figura del impostor recreada en el filme forma parte evidentemente de su enfoque gnóstico. La elección de Benítez para el papado equivale a haber sentado en el trono de Pedro al mismísimo Teódoto. En efecto, Benítez pronuncia en su discurso final unas frases del todo desconcertantes: “la lucha está dentro de cada uno de nosotros”; “la Iglesia no es la tradición”. Si la guerra es interna, es por lo tanto individual y no necesitamos ninguna comunidad ni Iglesia para librar nuestra propia batalla. Esta lucha consiste en vencer, por nuestros propios medios, a la ilusión de dualidad que solo habita en el interior de nosotros. Las palabras de Benítez apelan a la idea gnóstica de que la dualidad es fuente de muerte y la unidad conduce a la vida. Apelan al objetivo máximo de la alquimia que es la unión del consciente (masculino) con el inconsciente (femenino); pero dicho proceso, que Jung denominó individuación, solo se puede llevar a cabo en soledad. “Debes hacerlo por ti mismo”, reza un lema de la alquimia, que es, al igual que otros caminos, una forma de alcanzar la gnosis.
La reacción del obispo Barron
Robert Barron, obispo de la Diócesis de Winona-Rochester, instó con vehemencia a todos los católicos a no ver Cónclave, afirmando que cumple con todos los requisitos de la agenda woke y que adopta todos los términos de moda del progresismo: diversidad, inclusión e indiferencia hacia la doctrina. En realidad, como hemos visto, el mensaje de la película es aún más contundente y espinoso para una religión institucionalizada. Como diría de nuevo Jaime Buhigas, el poder de la mitología, es decir, la creencia y la sumisión al símbolo, es el más sutil y potente de la historia. Al lado de esto, la ideología woke no es más que una necedad pasajera. La cinta transmite un mensaje arquetípico muy profundo, muy incompatible con el exoterismo del dogma, muy opuesto a esa noción de cielos e infiernos que tanto ha servido para administrar el miedo.
Desde la infancia nos convertimos en homo religiosus por un deber estético, por la belleza de las formas y de los símbolos; por la seguridad que brinda la tradición; porque el cambio produce vértigo y es mejor mantener la ilusión de que todo está bajo control sin hacernos preguntas incómodas; queriendo ignorar. Pero una vez que se descifra el símbolo, se aprende que lo estético es pura ilusión y que se puede buscar la trascendencia a través de un conocimiento que rompe los diques de las formas externas.
In illo uno unum. O también “El Todo es el Uno y el Uno es el Todo”. El arquetipo vive en nosotros. Basta convertir la llave de oro y la llave de plata en una sola para volver a casa.

Escena de la película que recuerda al milagro realizado por Buda al recibir una sombrilla de cada uno de los 33 dioses. Buda, que no quiere desairar a ninguno, se multiplica en treinta y tres Budas, de modo que cada uno de los dioses ve, desde arriba, un Buda protegido por la sombrilla que le han arrojado. Gnosis para nosotros, Samadhi para el budismo, Satori para el Zen. Los símbolos son universales y la verdad es una, los sabios hablan de ella con muchos nombres.
[1] Llamado de muchas formas en el universo de la alquimia: Ouroboros (serpiente que se muerde su propia cola), Rebis, Boda Química, Espejo del Arte, etcétera.
[2] Aunque el simbolismo de la tortuga es muy ambiguo, cuestión que explica Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos, en este contexto y siguiendo igualmente a Eliade, la tortuga se puede interpretar como un símbolo de inmortalidad cuyo caparazón redondeado en la parte superior representa el cielo (masculino), y su parte cuadrada inferior representa la tierra (femenino).
[3] En cualquier caso, para un ferviente católico el final de la película no sería del todo inverosímil. A fin de cuentas, de acuerdo con la creencia católica, es el Espíritu Santo quien influye en la elección papal. Además, casi siempre se elige un Papa que nadie esperaba; la reciente entronización de Robert Prevost es fiel ejemplo de este fenómeno.




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